Para quienes crecimos cercanas a la cultura hegemónica, nos enseñaron que supuestamente el amor es el centro de la vida y la forma de relacionarnos. Aman las mamás, los papás, la familia, las abuelas, los abuelos, las maestras, tus compañeras de clase. Sin embargo, la mayoría de relaciones se establecen bajo amenazas, gritos, sin respeto, golpes, insultos, es decir, el mecanismo de la violencia.
En una tertulia que realizamos hace unos días, la antropóloga maya tz’utujil María José Pérez nos preguntaba “¿por qué seguimos vinculando el amor con la violencia?”. Comparto esta pregunta, porque nos llama a reflexionar sobre cómo estamos analizando el mecanismo de la violencia y la forma de controlar nuestros cuerpos y los territorios. Disfrazar la violencia con el “amor”, es una forma perversa de manipulación. Entonces una tarea es nombrar la violencia, cuando se trata de ella, y no desde el amor.
Hablar de los amores, en plural, porque existen diversas expresiones en nuestras vidas, no es sólo de una manera o sólo con una persona, nos conecta con nosotras mismas, con nuestro centro energético. Los amores se basan en el respeto, la dignidad, la justicia y la reciprocidad. Son el bienestar común entre las personas y, también, entre otros seres vivos. Amar la pachamama es cuidarla.
En un espacio entre organizaciones mayas, de mujeres y feministas discutimos los principios del buen vivir. Este intercambio fue interesante, por las concepciones en diferentes idiomas: k’iche’, tz’utujil, kaqchikel y el castellano “desde el corazón, desde la esencia hay paz en mi ser para transmitir hacia los demás seres. Promueve la autodeterminación, la cosmoconvivencia, el cosmocimiento, la reciprocidad y el cuidado. Lo amoroso se da en multidimensiones, a multiseres y en múltiples áreas. Lo amoroso promueve paz y placer”.
Es importante que, para cualquier relación con otras personas, es necesario la paz y tranquilidad en una misma. Un equilibrio para la convivencia y con la conciencia de que, cuando existan conflictos o desacuerdos, sea posible dialogar o debatir. Esto significa un trabajo con los enojos, las frustraciones, y cualquier otra emoción o sentimiento que altere nuestro equilibrio.
Llama a pensar, ¿qué recursos necesitamos para que en las sociedades, barrios y comunidades practiquemos estas relaciones? ¿Qué procesos son necesarios implementar? Proponemos: centros de salud mental, para ejercicio, centros artísticos, espacios para hablar, desahogarse y, por supuesto, condiciones dignas de vida.
Publicado en el Diario de Centroamérica el 5 de febrero de 2021.